Capítulo 4:
De miedo insondableEl flujo de las aguas residuales fue más rápido y más profundo de lo que esperaba Shion. Unos objetos indiscernibles flotaron por la cara, y, de vez en cuando, algo se pegaba a sus gafas para nadar y le obstruía la visión. Pudo olfatear un hedor diferente a todo lo que había olido antes. Entre el hedor penetrante de pudrimiento había una mezcla de olores empalagosos y hedores fuertes que picaban la nariz. En esta oscuridad pardusca, apenas podía seguir a Nezumi, quien estaba nadando en frente de él. Y más que nada, le costaba respirar; latió el corazón y se tensó el pecho dolorosamente.
Nezumi se hizo a un lado y señaló una manilla fijada en la pared. Shion estiró el brazo y la agarró. Juntos, la giraron y la jalaron tan duro como pudieron, y apareció una apertura redonda.
Al llegar al límite, le costaba respirar, y estaba perdiendo el conocimiento. Justo después, lo absorbió el agujero, que lo arrastró, lo alzó y lo expulsó hacia tierra firme. Su cuerpo se estrelló contra la orilla, y pudo sentir que el impacto le hormigueó hasta los dedos de los pies. Sin embargo, ya no sintió como si hubiera una tela mojada en la cara. Podía respirar. Se sintió aliviado momentáneamente, y después lo apoderó un ataque de tos; tuvo náuseas y tuvo una sensación pegajosa en la boca. Shion se arrancó las gafas para nadar y cerró los ojos. Por unos momentos, no se pudo mover.
—Es un poco temprano para acostarse —le dijo en chiste Nezumi, pero también tenía respiración trabajosa. Shion abrió los ojos y vio una superficie de hormigón desnudo.
—¿Dónde estamos?
—En los tubos de aguas residuales, los artefactos del siglo XX; a lo mejor, no son artefactos, ya que todavía se utilizan. —Nezumi sacudió la cabeza de lado a lado. Las gotitas de agua volaron del pelo—. Cuando la cantidad de aguas residuales supera la capacidad, abren esa puerta de allá para tirarlas por estos tubos.
—¿Tiran las aguas residuales por aquí? ¿Sin filtrarlas?
—Sí. Tiende a hacerlo a veces tu querida ciudad.
—¿Adónde va?
—A la Cuadra Oeste.
—Entonces tiran agua sucia... ¿cómo pudieron...? —Shion se quedó sin palabras. Nezumi se puso de pie.
—La Cuadra Oeste no es parte de la ciudad para él. Está en el borde. Es probable que solo considere este lugar como algún tipo de basural.
—¿Él?
Nezumi estaba quieto, mirando sin pestañear hacia delante. Al final de su mirada estaba el desagüe de aguas residuales de que acababan de arrastrar. Las aguas residuales todavía se escurrían poco a poco a raudales finos por el hormigón.
—Vámonos. —Nezumi se agachó para alzar al ratón que corrió por los pies, y le dio la espalda a Shion. Shion se puso de pie a toda prisa. Todavía tenía náuseas, pero le quedaban algunas fuerzas en las piernas para ponerse de pie.
"Todavía tengo suficiente fuerza. Me durará. Estará bien", Shion se animó mentalmente. En el hombro de Nezumi, el ratón que fue su navegador chirrió amigablemente.
—¡Ah! —Shion se levantó una mano al cuello. Sintió algo un poco extraño: a la base del cuello, había una pequeña parte que se sentía entumecida. Shion tocó la región con los dedos. Había una ampolla del tamaño de una arveja que crecía, y era picazón. Se la rasguñó levemente. Un viento frío le atravesó el centro del cuerpo. Shion pudo sentir que el corazón constreñía.
Este gesto —el rasguñar del cuello —había visto a alguien hacerlo antes.
—Yamase-san —se le cruzó claramente por la mente la imagen de Yamase, quien servía el café, mantenía una conversación y siempre se rasguñaba el cuello en todo momento—, no me digas...
Nezumi se dio la vuelta.
—¿Qué pasa?
—No, nada.
—Más vale que no te quejes de que ya no puedes caminar más.
—Al contrario —le dijo Shion—, me vendría bien hacer un poco más ejercicio. ¿Quieres que te lleve a caballito ya que estoy?
—Es bueno de tu parte ofrecer, pero no gracias.
El ratón en su hombro chirrió. Shion caminó más rápido para alcanzar a Nezumi.
Pensaba demasiado. Solo era una ampolla. El rasguño en su brazo y su cuerpo amoratado eran mucho peores que esto. Era una ampolla, por el amor de Dios. Solo una ampolla.
—¿Por qué esa cara seria? ¿Extrañas a tu mamá?
—Mi mamá... —Shion murmuró—. Nezumi, ¿crees que me puedo poner en contacto con ella?
—Olvídalo.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Ya lo sabes lo suficiente bien. Ahora mismo, es posible que tu casa la busque de arriba abajo la Agencia de Seguridad, hasta el contenido de tu basurero. A menos que tengas poderes telepáticos, no hay manera de que te pongas en contacto con ella.
—Supongo que tienes razón.
"Lo siento, mamá", solo pudo pedir disculpas. "Estoy a salvo; estoy vivo. Así que, por favor...”. No quería que desesperara ella; no quería que se afligiera.
—¡Puta mentira! —espetó Nezumi.
—¿Qué es?
—Tú. Dices tonterías.
Fue la primera vez que lo habían insultado en la cara.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que digo es que hablas mierda por llevar este bagaje, esta mierda, como si fuera lo más preciado del mundo. —Nezumi entrecerró los ojos y fijó a Shion con una mirada dura. Tenía la mirada penetrante, y se llenó de una emoción que casi se inclinaba por la animosidad.
Shion abrió la boca para interrogarlo más cuando Nezumi de repente comenzó a escalar la pared. Al mirar con más detenimiento, Shion pudo ver que había una escalera de metal oxidado fijada a ella. Cuando emergió en la cima, lo recibieron con el cielo de la tarde. Estaba en la superficie otra vez. El cielo se teñía vívidamente de los colores del sol poniente, y el aire frío se asentó a su alrededor.
Parecía que el lugar era la entrada a la Cuadra Oeste. A lo lejos, los muros exteriores de Núm. 6 brillaban al reflejar el sol poniente. Debido a la elevación más baja de la Cuadra Oeste, Núm. 6 se alzaba aún más grande ante ellos. Era impresionante ver la ciudad en expansión rodeada de muros resplandecientes. Incluso Shion pensó que tenía algo de un aire piadoso.
Nezumi comenzó caminando en la dirección opuesta. Emergieron de un bosque escaso y pronto se encontraron con las ruinas de una casa, de la que salió humo y se pudieron escuchar unas voces.
—¿Hay gente viviendo ahí dentro?
—Muchas —le contestó Nezumi.
Más allá de la casa en ruinas había una hilera de varias barracas.
—Por aquí. —A Shion lo arrastraron del brazo a otras ruinas de un edificio; aparentaba haber un tiempo en el que éste era un almacén. El edificio había sido bastante espacioso, pero la mitad se había caído a escombros.
—Nos vamos a ir bajo tierra de nuevo. —Nezumi empujó una sección de la pared, y silenciosamente se apartó para dejarlos pasar. Más allá, había escaleras hechas de hormigón desnudo igual que las en los túneles de aguas residuales; el ratón saltó por las escaleras, y en la parte baja había una puerta. Por dentro, estaba oscuro como boca de lobo. Hubo un clic, y la habitación se bañó con luz tenue.
Shion recobró el aliento y estuvo arraigado en el sitio.
Había montones entre montones de libros, amontonados precariamente altos. La mayoría de la habitación estaba enterrada en libros.
—¿Todos estos son... libros?
—¿Te parecen comida?
—Nunca he visto tantos.
—Déjame adivinar, solo has leído el papel electrónico antes.
—Sí, bueno, en realidad no, pero... pero, guau, qué increíble.
—Y déjame adivinar otra vez, es posible que nunca hayas leído Molière, Racine ni Shakespeare. Y es posible que no sepas nada de los clásicos chinos ni de los mitos de los aztecas.
—Yo no —Shion no argumentó lo contrario; estaba demasiado abrumado.
—Entonces, ¿qué sabes? —le preguntó Nezumi, pasándose la mano por el pelo mojado.
—¿Eh?
—¿Qué has estudiado hasta ahora? El conocimiento sistemático, la tecnología de vanguardia, cómo descifrar artículos académicos especializados, ¿y qué más?
—Mucho más —le contestó con indignación Shion.
—¿Cómo cuál?
—Cómo hornear pan, cómo hacer café, el mantenimiento y la limpieza del parque... así como también, ahora sé bucear en las aguas residuales.
—Se te olvidó de «cómo rechazar a alguien cuando te pide que tengan sexo y solo la has considerado una amiga». Aunque, no hiciste un buen trabajo.
Shion levantó la barbilla con actitud desafiante y miró con furia al par de ojos grises.
—Si tienes tiempo para burlarte de mí, ¿me dejas lavarme?
—Soy el primero. —Nezumi sacó una toalla de la mitad de algunos libros y se la lanzó a Shion—. No te enojes —le dijo—; lo que quise decir en realidad es que has avanzado bastante desde hace cuatro años. Has aprendido muchas más cosas útiles aparte de cómo hacer cocoa.
—Me siento honrado por tus cumplidos amables.
—Oye, de veras no te enojes.
Nezumi desapareció en la pila de libros. Por un momento, Shion pudo oír los sonidos amortiguados de una ducha. Echó un buen vistazo por la habitación. Había estanterías por todos lados, y estaban llenas hasta el borde de libros. No parecía que estuvieran ordenados en ningún orden, y los libros de todos los tamaños los empujaron al azar en espacios abiertos en las estanterías. Shion tuvo el mismo tipo de sensación de ajetreo de ellos que tenía de una estación de tren abarrotada. Aparentaba haber un tiempo en el que la alfombra descolorida era algún tono de verde, y también estaba cubierta con pilas de libros. Enclavada entre ellos yacía una cama; no había ventanas, no había cocina y no había señales de otros muebles.
–Chirrido, chirrido —le chirrió un ratón desde lo alto de un libro. Shion agarró el libro con las manos y pasó a una página. Olfateó el olor leve de papel. Recordó que hace mucho tiempo había olido lo mismo. Estaba sentado en algo suave y cálido... flaqueó su memoria. Le costaba recordarlo bien. El ratón corrió hasta su hombro, sacudió los bigotes y le chirrió constantemente.
—¿Quieres que lea esto?
—Chirrido, chirrido.
Había un marcador de libros en el centro del libro. Shion pasó a la página, y comenzó a leer en voz alta:
—Todavía queda olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia ni siquiera endulzarían esta pequeña mano. ¡Oh, oh, oh!
—¡Cómo suspira! Tiene un gran peso en el corazón.
—No quisiera tener en mi pecho un corazón así, por mantener digno todo mi cuerpo.¹
Otro pequeño ratón apareció ante los pies de Shion. Tenía ojos encantadores de color uva. El ratón marrón que había estado posado en el libro inclinó la cabeza vigorosamente como para instarle.
—¡A la cama, a la cama! Llaman a la puerta. Vamos, vamos, vengan, vengan, denme la mano. Lo que se hace no se puede deshacer. ¡A la cama, a la cama, a la cama!²
Shion sintió una presencia detrás de él, y se dio la vuelta. Nezumi estaba de pie con una toalla colgada de su cuello. Hizo una reverencia profunda.
—A la ducha, si así le agrada a Su Majestad. El cambio de ropa le espera aquí.
—Nezumi, este libro...
—Es Shakespeare. Macbeth. ¿Alguna vez has oído hablar de él?
—Solo del título.
—Me lo imaginé.
—¿Son todos estos libros clásicos?
—No, Su Majestad. También tenemos libros introductorios a la ecología y revistas científicas que le atraen.
—¿Son todos tus libros?
—¿Es la hora de interrogatorio otra vez? —le dijo exasperado Nezumi—. Márchate y dúchate, y luego te daré algo de comer —dejó de hablar bruscamente, y obstinadamente apartó la cabeza al lado.
La ducha estaba vieja, y le resultaba difícil controlar la temperatura. El flujo lo interrumpían las ráfagas de agua frígida, pero todavía le pareció bien a Shion. Había pasado mucho tiempo desde que disfrutó tanto de una ducha. La comezón en el cuello había desaparecido milagrosamente también.
"Estoy vivo. Me han salvado", pensó Shion cuando dejó que el agua corriera sobre el cuerpo. No sabía de mañana, pero estaba vivo ahora mismo, y estaba lo suficientemente bien como para ducharse. "Todavía no le agradecí".
Salió sano y salvo, y Nezumi arriesgó la vida para salvarlo, pero ni una sola palabra de gratitud se le escapó de los labios hasta ahora. Se asentó la comprensión. Poco después de salir del baño, uno de los ratones se acercó yendo a toda mecha a él otra vez.
—Le gustó mucho tu lectura. —Nezumi estaba mezclando algo en una olla sobre el calefactor de queroseno. Había vapor que salió de ella, y le daba a la habitación la sensación de calidez hogareña.
—¡Oh! —exclamó de repente Shion. Se acordó ahora, lo que estaba detrás de la nostalgia y la calidez que sintió cuando abrió el libro.
—¿Qué? ¿Por qué gritas?
—No, acabo de recordar. Hace mucho tiempo mi mamá me solía leer.
—¿Te leía Macbeth?
—Claro que no. Era muy joven entonces. Recuerdo estar sentado en el regazo de Mamá, y me leía.
"¿Qué tipo de historia era de nuevo?" Se pasó despacio la página. La voz de Karan resonó en los oídos, primera alta, luego baja; apagada, luego a plena fuerza. Pudo sentir el calor de su cuerpo; pudo oler el aroma a papel.
—Te vas a destruir —le dijo en voz baja Nezumi. Su voz fue glacial.
—¿Qué?
—Te lo dije antes: llevar todo este bagaje inútil, y algún día será tu fin. Te agobiará hasta que te aplaste.
—¿Inútil? ¿Cómo qué?
—Recuerdos, apegos a ser ciudadano de Núm. 6, tu vida acomodada, tu sobreestimación de tus propias habilidades, tus ideas equivocadas de ser algún elegido, orgullo. La lista continúa para siempre. La peor es tu madre. ¿Tienes algún tipo de complejo de Edipo? Si te persigue tanto tu madre, y Dios sabe lo que vas a hacer a continuación. Tal vez empieces a decir que quieres volver a la ciudad para ver a tu querida mamá.
Le tocó una fibra sensible.
—¿Es algo inútil pensar en mis padres? —le contestó en tensión Shion—. Sé en qué tipo de situación me encuentro ahora mismo, y sé que no hay manera de ponerme en contacto con mi mamá. Aun así, soy libre de pensar en ella, por lo menos. No es algo sobre lo que puedas comentar.
—Tíralo —la voz de Nezumi se volvió aún más glacial, y casi sonó metálica—. Tira los sentimientos inútiles como esos.
—Por qué... ¿Por qué dices...? —le dijo con incredulidad Shion.
—Porque son peligrosos.
—¿Mis sentimientos? ¿Peligrosos?
—Allá atrás, tiraste tu tarjeta de ciudadanía porque fue un peligro para nosotros. Así como también son los sentimientos por otras personas. Te arrastran, te tiran de un lado a otro, y antes de que te des cuenta, estás en terreno peligroso. Tu mamá, tu papá, tu abuela, sea quien sea: todos son extraños ahora. No hay lugar emocional en ti para preocuparte por los extraños. Ya tienes suficiente con lo que lidiar tratando de mantenerte vivo.
—¿Y por eso debo tirar todo lo demás?
—Tíralo. Aléjate de todo el bagaje que has llevado hasta ahora.
Shion apretó los puños en los costados. Se acercó dando un paso a Nezumi.
—Entonces, ¿qué hay de ti?
—¿Yo?
—Entonces, ¿por qué me ayudaste? Solo soy un extraño, pero entraste en terreno peligroso para salvarme. No practicas lo que predicas.
—Qué personalidad que tienes tú —le replicó Nezumi—. Si de veras sientes que te rescaté, ¿por qué no intentas ser un poco más modesto cuando dices algo?
La mano de Nezumi estiró para agarrar del cuello a Shion, y lo empujó contra la estantería.
—Te debo una deuda —su voz baja le chifló al oído de Shion—. Hace cuatro años, me salvaste la vida. Te reembolso esa deuda. Eso es todo.
—Entonces, me has reembolsado lo suficiente. Demasiado, incluso. —Shion agarró la muñeca de Nezumi para arrancársela del cuello de la camisa. Aun así, los músculos tensos de Nezumi no dieron señales de relajarse.
—Suéltame.
—Oblígame, muchachito.
—Te arranco la nariz de un mordisco. —Shion chasqueó los dientes. Hubo un instante de vacilación. Shion no se lo perdió. Deslizó una mano por la nuca de Nezumi—. Arrancar las narices de un mordisco es mi especialidad.
—¿Eh? Espera un segundo, está sucio...
—Se me olvidó mencionar: a lo largo de estos cuatro años pasados, también he aprendido a luchar.
—Oye, basta ya —le dijo nerviosamente Nezumi—; morder es lo peor... ¡Uy!
Nezumi perdió el equilibrio, y los dos cayeron agitándose al mar de libros. Pila tras pila se derrumbó, y los libros llovieron a cántaros sobre ellos desde lo alto.
—Ay —Nezumi hizo muecas—, es lo peor. Creo que me golpeé la cabeza en una enciclopedia... Shion, ¿estás bien?
—Sí... ¿Qué es esto? ¿Chilam Balam de Chumayel?
—Es un texto espiritual maya, un cuento sobre los dioses y los humanos. Es probable que no te interese. —Nezumi sonrió débilmente cuando comenzó a amontonar los libros caídos.
—¿Que se supone que significa eso?
—Es la verdad, ¿no? ¿Alguna vez has tenido algún interés en otros humanos, o los dioses o en los cuentos?
¿Humanos? ¿Dioses? ¿Cuentos? Nunca había pensado profundamente en nada de eso. Ni una vez. Pero eso fue antes.
Shion miró a su alrededor, e inhaló el aroma cálido que llenaba el aire. Aquí había un mundo que no conocía. En los próximos días, ¿qué vería, oiría, aprendería y sobre qué reflexionaría? Se aceleró el corazón, aunque no sabía por qué. Por un solo momento, su alma bailó con ansias, muy parecido a la sensación de ver el océano por primera vez. Entonces, pensó en la expresión que debe tener en el rostro. Se sintió avergonzado por dejar que se viera, y al no querer que Nezumi la viera, se agachó y despreocupadamente alzó un libro yacido ante los pies.
—¿Qué es esto?
—Una colección de los poemas de Hesse —le contestó Nezumi.
Mi alma, ave asustada,
Una y otra vez debes preguntar:
¿Cuándo tras tantos días inquietos
Viene la paz, viene la calma?³
—¿De eso oíste hablar antes?
—No.
—Me lo imaginé.
—No preguntes si ya lo sabes —le dijo desagradablemente Shion.
—Depende de ti aprender si no lo sabes.
—¿Y estas no son cosas inútiles?
—Me serán útiles algún día —le dijo con indiferencia Nezumi—. Bueno, basta, la sopa se va a... —Nezumi se tragó las palabras, y se abrieron los ojos de par en par.
—¿Qué pasa, Nezumi?
—Shion, tu mano.
—¿Eh?
—Tu mano... ¿Cuándo esas manchas...?
La manga de camisa de Shion estaba arremangada hasta la mitad del brazo. Había manchas oscuras que comenzaron a extenderse por todas partes de su piel desnuda. No estuvieron allí cuando se duchó; sin duda no lo estuvieron.
—¿Qué? ¿Qué es esto? —estuvo gritando. Al mismo tiempo, sintió cuando un dolor fuerte le atravesó la cabeza.
—¡Shion!
El dolor vinieron en manadas. Retrocedió por un momento, entonces atacó, viniéndose despiadadamente encima de él. Se pusieron rígidos los dedos, y sus piernas comenzaron a temblar.
—Shion, resiste, voy a buscar un médico...
Shion obligó a su cuerpo poco cooperativo a extenderse todo lo pudo; le agarró a Nezumi por la ropa. No hubo tiempo suficiente. Fue inútil llamar al médico.
—¿Qué debo hacer? Shion, dime qué...
—Mi cuello... —le contestó débilmente Shion.
—¿Tu cuello?
—La ampolla... ábrela...
—Pero no tengo ningún anestésico.
—No necesito ninguno... —puso una cara—. Date prisa...
Se desvaneció hasta perder la consciencia; podía sentir cómo levantaban su cuerpo. "No te desmayes. Si lo haces, nunca te despertarás de nuevo", pensó. No sabía qué lo obligaba a creerlo tan firmemente, pero casi estaba seguro de ello. El dolor se desvaneció por un ratito, y se le metió la mente una imagen de Yamase cuando se desplomó al suelo y yacía quieto.
"Pero Yamase-san no sufrió". No se revolcó de dolor. Envejeció instantáneamente y falleció igual que un árbol marchito. Los síntomas de Yamase eran diferentes a los suyos. "Tal vez eso significa que todavía tengo una oportunidad".
Le penetraron el cerebro unas agujas rojas ardientes. Eran incontables, y vinieron de todas las direcciones. Se retorció el cuerpo de dolor que jamás había experimentado. Sus propios gritos se convirtieron en astillas abrasadoras que lo apuñalaron. Comenzó a sudar profusamente; sintió cuando llegó una fuerte oleada de náuseas; la sangre y los líquidos estomacales se llenaron la boca, luego se desbordaron de los labios.
"Me duele, me duele, me duele".
Shion ya no quiso que lo salvaran ni que le perdonaran la muerte; quería que lo liberaran de este dolor, este sufrimiento. No necesitaba abrir los ojos. No necesitaba vivir. No estaba pidiendo mucho. Solo quería que lo liberaran...
Sintió como si alguien lo hubiera agarrado por el pelo desde atrás y lo arrastrara hasta la oscuridad. Se sintió aliviado. Lo único que tenía que hacer era prestarse a ella, y lo llevarían a un lugar mejor. Por fin, podría dormir.
Se le vertió un líquido espeso y amargo en la boca. Estaba caliente. Se deslizó por su garganta, y Shion pudo sentir cuando lo levantaron de la oscuridad. Aun así, todavía significaba que lo arrastraban de nuevo a la agonía del sufrimiento.
—Mantén los ojos abiertos. —Un par de ojos grises le miró de cerca la cara.
—Nezumi... Ya no lo soporto... —le imploró débilmente Shion—. Déjame ir...
Le dieron una bofetada en la cara bruscamente.
—¡No me jodas! No vas a ninguna parte. Apura el trago. —El líquido fuerte y amargo se le vertió por la fuerza de nuevo en la boca. Se levantaba la oscuridad. Le palpitaba la cabeza por débiles pulsaciones de dolor.
Ñam-ñam-ñam... ñam-ñam...
Shion pensó que oyó un sonido, ¿o fue una alucinación? Fue el sonido de que le estaban devorando vivo el cerebro. Hubo una masa de innumerables pequeños insectos negros que le estaban trepando por todas partes del cerebro, haciendo sonidos de mordisquear: Ñam-ñam-ñam.
¿Fue una alucinación? O fue... Le dolía mucho; no lo podía soportar, y estaba aterrorizado. Avanzó rápidamente un grito por la garganta.
—Ahí está, grita. No te rindas. Solo tienes dieciséis años; todavía es demasiado temprano para tirar la toalla.
Shion sintió cuando la fuerza salió del cuerpo. Se sintió pesado como si lo estuvieran atando a una pesa de plomo; se sintió sofocado, pero se había desvanecido solo un poquito el dolor.
—Sigue gritando. Mantente consciente. Lo voy a cortar.
Nezumi tenía un bisturí en la mano.
—Solo para que lo sepas, no tengo nada elegante como un bisturí electrónico. No te muevas.
Ya sea porque se había entumecido la mitad de los nervios por el dolor grave, o sea porque toda la fuerza había salido del cuerpo, no lo sabía, pero Shion ni siquiera movió ni un músculo; no se pudo mover.
Había tres ratones sentados uno al lado del otro encima de una pila de libros. Encima de ellos, colgaba de la pared un reloj redondo; era un reloj analógico. Tictac-tictac-tictac: pudo oír sus sonidos. Fue la primera vez que escuchaba los sonidos del paso del tiempo. Pasó un segundo, luego un minuto. El tiempo se grabó a sí mismo. Pasaba, suave, divagado y vago. El mundo ante él se nubló. Sus mejillas estaban calientes. Una lágrima deslizó, le tocó los labios y fue absorbida, todavía caliente, por las sábanas.
—Se acabó. —Dejó salir un largo aliento Nezumi. ¿Fue el ruido metálico el sonido del bisturí que se cayó al suelo?—. La hemorragia no está nada mal. ¿Te duele?
—No... —le contestó con voz ronca Shion—, solo me quiero dormir.
—Todavía no. Aguanta un poco más —se desvaneció la voz de Nezumi, y lo único que Shion pudo oír fue el tictac del reloj—. Shion —fue sacudido—, mantén los ojos abiertos. Solo un poco más, por favor, mantén los ojos abiertos.
Quería decirle "Cállate". "Cállate, cállate. ¿Un poco más? ¿Cuánto tiempo es un poco más?", pensó.
—No me jodas. Me hiciste tomarme toda la molestia... no puedes irte solo. Shion, ¿sabes lo que significa eso? Tu mamá va a llorar. ¿Qué vas a hacer con esa chica, eh? Safu, o como se llame. ¿Alguna vez te has acostado con una chica antes? Qué desperdicio fue rechazar esa invitación.
"Cállate. Deja de hablar. Deja ya..."
—Aún no sabes nada del sexo, ni libros, ni de cómo luchar propiamente. ¿Y todavía piensas que no necesitas seguir viviendo? ¡Shion! ¡Abre los ojos!
Abrió los ojos, y vio cuatro pares de ojos que lo estaban mirando fijamente. Un par era gris, y le pertenecía a un humano; los otros tres pares eran de color uve, y les pertenecían a los ratones.
—Ahí está un buen chico. Te elogiaré por eso.
—Nezumi...
—¿Hum?
—Yo... no capté tu nombre...
—¿Mi nombre?
—Tu verdadero... nombre...
—Bueno, hay una cosa más que no sabes. Te lo contaré cuando te recuperes completamente, y será tu regalo de deseos y pronta mejoría. Espéralo con ansias.
A él le dieron el líquido amargo unas veces más. Se quedó dormido solo para que lo despertaran de nuevo; a Shion le pareció como si hubiera repetido esto innumerables veces. Se afiebró, sudó considerablemente y vomitó una y otra vez. Le pareció como si se le escurriera toda la humedad del cuerpo.
—Agua... —le pidió repetidamente, y cada vez, una corriente fría le regó la garganta—. Sabe bien...
—¿Verdad? El mundo no es un lugar tan malo después de todo. —La mano de Nezumi le acarició el pelo a Shion—. Está bien ahora. Duérmete.
—¿Lo puedo...?
—Claro. Has pasado lo peor; has ganado, y no es poca cosa. —Los dedos que le estaban acariciando el pelo eran suaves, al igual que el tono de la voz de Nezumi. Un alivio lo invadió por todo el cuerpo. Shion cerró los ojos y se quedó dormido.
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